«—Tendrás que preguntárselo— le guiñó el ojo y con el periódico bajo el brazo, siguió su camino».
Se encontraba un niño observando
desde su balcón la tupida vegetación, sumergida en la ribera.
—¿Qué
tipo de ave es aquella, abuelo?
El abuelo se colocó las gafas
y examinó con detenimiento al avecilla en el agua.
—Es
un «somormujo» —le dijo tras una breve pausa.
—«So
mur ¿qué?» —intentó pronunciar sin éxito.
—«So-mor-mu-jo.»
—¿Y
por qué le llaman así?
—Tendrás
que preguntárselo —le guiñó el ojo y con el periódico bajo el brazo, siguió su
camino.
—¡Ni
se te ocurra seguirle el juego a tu abuelo! —le comentó su tío. —La ribera es peligrosa,
no te acerques tú solo —le amenazó apuntándole con el dedo. Luego, alzando los
ojos hacia el techo y refunfuñando dijo más para sí mismo que para el niño: «¿¡Acercarte
a esa bestia y preguntarle…!?, ¡bah, patrañas!.» —exclamó yéndose a su cuarto.
El
chico de naturaleza curiosa fue a la cocina, se robó una hogaza de pan y salió
silenciosamente de la casa. A paso lento pero decidido, se acercó hacia donde
nadaba aquella ave.
Ésta
atraída por el pan, dejó que el niño observara de cerca su negro copete parado,
totalmente despeinado. Sus pequeños ojos rojos hacían juego con las plumas de color
café-rojizo, las cuales formaban un prominente penacho que contrastaba con su
rostro blanco.
—¿Sabes
por qué te llaman así? —le preguntó.
El
ave no dio señal de haberlo escuchado siquiera, estaba ocupada engullendo las
migajas de pan. Después de esperar un rato, estaba cansado de estar hincado. Al
darse cuenta de que le estaba hablando a un pájaro, sintiéndose tonto y
adolorido, se reincorporó y comenzó a caminar de regreso a casa.
—Ya
lo verás…—le exclamó alzando el vuelo, dejándolo atrás.
El
chico azorado ante el ave parlante volvió a casa corriendo; casi se resbaló con
los tenis mojados cuando entró a la casa. Para su suerte, el piso liso solo lo
hizo patinar un poco.
—¡El
ave habló!, ¡el ave me habló! —gritó a los habitantes de la casa, quienes como poseídos,
se reunieron en torno a él. Acechándolo con los ojos tan abiertos que parecían
salírseles, exclamaron en murmullos que iban en aumento y sin descanso: «¡SoMURMULLO!, ¡SOMoRMULLO!, ¡SOMORMUjO!» —convirtiéndolo al
instante en somormujo.
FIN
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