03 mayo 2018

AMORFO




«Pero esa era la cuestión; no sabía exáctamente qué era. ¿Cómo describir tal cosa?».


Frente a la parada del autobús dos amigas platicaban sobre el colegio. Era el atardecer, la gente cruzaba la calle a paso tranquilo, pocos coches, murmullos lejanos. Las lámparas del alumbrado público comenzaron a encenderse, silenciosas ante el paso inminente del tiempo. Seguidas de las luces de los faros de los autos que al su paso también iluminaban un poco más la calle.

Pláticas sobre el colegio, novios y materias; eso pasó a segundo plano en el momento en que una de las chicas fijó la vista en un chico alto, quien iba hablando por teléfono mientras cruzaba la calle. Pero no fue exactamente el rostro lo que le llamó la atención sino la sombra proyectada bajo sus pies.

Dos pares extra de piernas avanzaban a la vez que la sombra del chico caminaba. Ambas sombras avanzaban como una sola. La chica al percatarse de esto inmediatamente dejó de escuchar a su amiga y sin perderla de vista siguió la sombra por donde pasaba el chico.

—¡Mira eso! —le señaló en voz baja a su amiga. Ella intentó ver lo que le mostraba, sin éxito.

—No veo nada, ¿qué es? —contestó con curiosidad.

    —¿En serio no lo ves? —replicó la otra con asombro.

La gente de su alrededor tampoco parecía notarlo. Después de terminar de cruzar la calle, ese misterioso juego de sombras se distorsionó en un tipo de masa oscura, amorfa y más sólida conforme pasaba el tiempo.

   —¿Si me dices qué es?, tal vez pudiera verlo…—mencionó su amiga.

Pero esa era la cuestión; no sabía exactamente qué era. ¿Cómo describir tal cosa? Mantuvo la vista fija en una sola dirección y observó. Era como si a esa materia de pronto le salieran picos y se revolviera a sí misma. Se contraía y extendía para dar la apariencia de que esa masa amorfa intentaba imitar el contorno de…

   —¡La forma de un perro! —pensó y la masa fue afinando su forma.

Parecía un perro mediano esculpido en vidrio opaco; no tenía rasgos definidos. Sus extremidades se alargaban, pero seguían siendo picos y donde deberían de estar los ojos, la nariz y el hocico solo había huecos; además le costaba mantener dicha apariencia. Cada vez que cambiaba de aspecto se escuchaba una serie de chapoteos acompañados de un olor nauseabundo tan dulce y penetrante característico del hedor putrefacto.

Ese cuerpo amorfo siguió su camino en dirección contraria al chico y justo cuando un automóvil se encontró frente aquella cosa animada… desprendió un suave aullido el cual recorrió hasta el final de la calle y se desintegró lentamente en sombras, desapareciendo.




FIN

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