«Pero esa era la cuestión; no sabía exáctamente qué era. ¿Cómo describir tal cosa?».
Frente a la parada del autobús dos amigas platicaban sobre el colegio. Era el atardecer, la gente cruzaba la calle a paso tranquilo, pocos coches, murmullos lejanos. Las lámparas del alumbrado público comenzaron a encenderse, silenciosas ante el paso inminente del tiempo. Seguidas de las luces de los faros de los autos que al su paso también iluminaban un poco más la calle.
Pláticas
sobre el colegio, novios y materias; eso pasó a segundo plano en el momento en
que una de las chicas fijó la vista en un chico alto, quien iba hablando por
teléfono mientras cruzaba la calle. Pero no fue exactamente el rostro lo que le
llamó la atención sino la sombra proyectada bajo sus pies.
Dos
pares extra de piernas avanzaban a la vez que la sombra del chico caminaba. Ambas
sombras avanzaban como una sola. La chica al percatarse de esto inmediatamente
dejó de escuchar a su amiga y sin perderla de vista siguió la sombra por donde
pasaba el chico.
—¡Mira
eso! —le señaló en voz baja a su amiga. Ella intentó ver lo que le mostraba, sin éxito.
—No
veo nada, ¿qué es? —contestó con curiosidad.
—¿En
serio no lo ves? —replicó la otra con asombro.
La
gente de su alrededor tampoco parecía notarlo. Después de terminar de cruzar la
calle, ese misterioso juego de sombras se distorsionó en un tipo de masa
oscura, amorfa y más sólida conforme pasaba el tiempo.
—¿Si
me dices qué es?, tal vez pudiera verlo…—mencionó su amiga.
Pero
esa era la cuestión; no sabía exactamente qué era. ¿Cómo describir tal cosa?
Mantuvo la vista fija en una sola dirección y observó. Era como si a esa materia
de pronto le salieran picos y se revolviera a sí misma. Se contraía y extendía
para dar la apariencia de que esa masa amorfa intentaba imitar el contorno de…
—¡La
forma de un perro! —pensó y la masa fue afinando su forma.
Parecía
un perro mediano esculpido en vidrio opaco; no tenía rasgos definidos. Sus
extremidades se alargaban, pero seguían siendo picos y donde deberían de estar
los ojos, la nariz y el hocico solo había huecos; además le costaba mantener
dicha apariencia. Cada vez que cambiaba de aspecto se escuchaba una serie de chapoteos
acompañados de un olor nauseabundo tan dulce y penetrante característico del
hedor putrefacto.
Ese
cuerpo amorfo siguió su camino en dirección contraria al chico y justo cuando un
automóvil se encontró frente aquella cosa animada… desprendió un suave aullido el
cual recorrió hasta el final de la calle y se desintegró lentamente en sombras,
desapareciendo.
FIN
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