«—Para obtenerla, debes darme algo de igual valor a cambio —dijo Mefisto—. La llave conduce a la verdad y, dependiendo de quién la porte, pudiera abrir la puerta hacia al paraíso o el infierno».
Estancada
en el tiempo se encuentra la ciudad de Penumbria. No hay viento, solo se
escucha el lejano tintineo de la última campanada de la torre, marcando justo
las 5 de la tarde. A esta hora, en el ocaso eterno (como lo conocen sus
habitantes), donde el sol y una luna están presentes en el cielo ambarino, los
últimos rayos de sol son reflejados en las ventanas de las casas. Las sombras
se alargan, dando la sensación de que en un momento el día finalizará sin
hacerlo realmente.
La torre creada por Rudisbroeck es un monumento de la
tarde perpetua, desde cualquier punto de Penumbria se ve.
—Es tan alta y
vieja… pareciera hecha desde tiempos inmemoriales. Sólo la maltrecha y oxidada
puerta es lo único que desanima a los curiosos, ya que para poder acceder se
necesita de una llave especial. Sin embargo, dicha torre encierra un gran
secreto —me confió el viejo.
Atormentado por sus palabras fui hacia la tienda de
antigüedades, donde Mefisto, el dueño, tenía la llave plateada capaz de abrir
cualquier puerta.
—Para
obtenerla, debes darme algo de igual valor a cambio—dijo Mefisto—. La llave conduce
a la verdad y, dependiendo de quién la porte, pudiera abrir la puerta hacia al
paraíso o el infierno.
Después de analizar sus palabras, metí la mano a mi
bolsillo y saqué 500 grammas (lo equivalente al viaje de regreso en bote). Aunque
no era mucho, pensé en quitarme y dejarle el anillo que llevaba, herencia de mi
abuela.
— Es
todo cuanto poseo —dije, un poco apenado.
El dueño de las antigüedades observó el anillo con sumo
cuidado y me explicó:
—Si
me das esto ya no podrás regresar de donde venias —y contemplándome continuó—,
y si yo te doy la llave ya nunca podrás salir de la ciudad, porque la llave
siempre se queda aquí —concluyó mordiendo cínicamente el anillo para comprobar
que era de oro puro.
—¡Quiero
saber qué se esconde ahí! —exclamé— ¡Dame la llave de una vez! —y salí sin
vacilar lo más rápido que pude, para no cambiar de parecer.
Al encaminarme hacia la torre, las dudas comenzaron a
asaltarme y mi confianza decayó. Al fin y al cabo, ¿quién era yo para desvelar
ese gran misterio?
Me encontraba frente a la puerta de la torre, ya no había
vuelta atrás. Deslicé la llave maestra en la cerradura y empujé la puerta hacia
el interior… Si rechinó al abrirse, fue tan bajo que no lo alcancé a percibir. Fijé
la vista en la larga escalera de caracol y comencé a subirla.
Durante un largo y cansado rato subiendo escalones me
encontré a Braulio, el hombre-perro.
—Todavía puedes regresar, ¿lo harás? —preguntó con saña, al
mismo tiempo que se rascaba la oreja.
—¡Déjame, sólo estoy recuperando el aliento!
—Si
eso es lo que quieres… —y desapreció no sin antes añadir: —De entre todas las
creaciones, tú has sido la más interesante.
En el piso final, Glinda II me estaba esperando, sentada
frente a miles de cuerpos desmembrados y partes viejas de autómatas. Se podía
percibir y sentir la estática emanando de la torre; el sonido de las campanadas
era más fuerte conforme avanzabas hacia ella.
Me explicó cómo utilizando las memorias de personas que
alguna vez conoció el creador, Johan Rudisbroeck, pudo crear
un mundo de autómatas. Para ello se necesitaba una sub-atmósfera artificial inmersa
entre varios campos magnéticos, donde se despidieran partículas de energía
estable con el fin de cargar a sus creaciones. Justo en el sitio exacto, en el
cual Penumbria se encuentra, se construyó una torre para alcanzar el punto máximo
donde pudieran confluir esas cargas y almacenarse; además de utilizar el sonido
que emiten las campanadas para hacerlas rebotar en el cuerpo de sus robots,
animándolos.
—Dándonos
la falsa e ilusoria vida, siempre y cuando nos quedemos aquí —me explicó—. Como
ves, el creador y la ciudad de Penumbria son las únicas cosas reales, todo lo
demás está bajo su encantamiento —concluyó Glinda II, volviéndose hacia Rudisbroeck.
Entonces caí en la cuenta de que era yo tan solo un
autómata que fingía ser humano…
FIN
~"El encantamiento de Rudisbroeck" fue publicado en la Antología Penumbria #42
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