22 diciembre 2018

El camino de obsidiana III

—— Camino de Obsidiana  ——
Parte III/III
«Los manzanos de esa región siempre dieron los mejores frutos, y es que el abono empleado para nutrirlos era el de la mejor calidad».

Los pobladores de Mascota le avisaron a la vieja Murhan, sobre el incidente con los recientes visitantes. Un círculo roto significaba el caos, porque se distribuiría como los reflejos de un espejo cuarteado si no hacía algo para apaciguarlos.
Se puso en marcha, marcando su paso con el bastón negro. Pensaba en lo que le había dicho al chico con el que se había topado en el hospital. «Tú no morirás», rumió sus palabras con malicia y cierta envidia.
Al llegar al sitio propuesto, hizo un movimiento de desaprobación con la cabeza.
—Lo arreglaré —les dijo a los ecos de las sombras—. Aguarden un poco y lloverá.

***

Al bajar por la loma, la camioneta había derrapado sobre el terreno mojado. Iba muy cargada y al ser inestable, le resultó más fácil ladearse. Rodó hasta caer al río, donde el día anterior se habían bañado.
 Diego fue quien les acarreó la desgracia a sus compañeros, por contar un secreto que alguien más ya sabía y aparte no le pertenecía: «Uno de nuestros profesores, está saliendo con su alumna».
Él fue el único sobreviviente, y el precio de serlo, nunca lo dejaría en paz.
Por intentar chantajearlo con una foto donde aparecía con su alumna predilecta, en un momento inoportuno; fue Diego, quien había propiciado el accidente.
Entre vuelta y vuelta, él había rodado entre la maleza y los vio caer al río, sin poder remediarlo. El profesor logró salir, y al ver semejante espectáculo, los abandonó a su suerte.
Cuando el polvo se hubo asentado, el líder del grupo se aproximó a la orilla y los ayudó a salir; uno por uno. Pero sus amigos ya no estaban ahí.

***

El equipo D tardaba mucho en alcanzarlos; mandaron a dos profesores a ver el motivo de su tardanza. En el trayecto se toparon con Diego, quien llevaba a rastras al desfallecido profesor.
Mientras les relataba lo ocurrido, la vieja Murhan liberó a su bestial forma espiritual. Manteniendo su cuerpo físico en el sitio, aquella intangible parte de ella vagó, buscando a los agentes perturbadores.

***

Era un sonido seco y persistente lo que los seguía sin descanso. Llegaba desde las cercanías, mas no se veía por ningún lado quién o qué lo emitía. Carmen, Maira y Karim comenzaron a ponerse nerviosos; el miedo es un poderoso mecanismo de defensa, ante lo inminente y desafortunado.

***

Debía de exterminar al agente externo, causante del desbalance natural de aquellos círculos místicos. Y así, la bestia de ojos catarosos los cazó uno por uno, aprisionándolos en limitados espacios redondeados, en donde, las barreras inmersas les drenaban sus almas hasta deshumanizarlos.

***

Diego lo había comprendido, había regresado por sus compañeros. Se dispuso a vagar entre los manzanos de las vías secundarias, buscándolos. Guiado por los gritos histéricos del profesor, quien ahuyentaba a las manos invisibles que lo sujetaban, logró dar con ellos.
 El eco de las voces conocidas, le hizo perder la poca cordura que lo mantenía a flote. El profesor Mario corrió por el trayecto principal, y en cuanto hubo puesto un pie fuera de este, dejó de escucharlos y de sentirlos.

***

—Déjalo estar, pequeña —dijo la anciana, apoyada en su bastón—. ¡No te involucres más con los vivos!
—¿De qué está hablando, señora? —respondió Carmen, tratando de entender que era imposible que la anciana le hubiera dado ese poderoso tirón.
Aun así, retiró de un manotazo el peculiar bastón, que le golpeó con suavidad la pierna y ahora ondeaba amenazante frente a su cara.
—Así que te rehúsas a creerlo —le dijo—. Entonces, déjame ayudarte a pararte —y le tendió la lánguida mano.
Tratando de comprender los desvaríos de la viejecilla, con recelo aceptó su ayuda para reincorporarse. Acto seguido, al darle la mano, la mano joven atravesó la suya como si fuera el aire y se cayó de nuevo. Más piedras traquetearon en el suelo. Lo intentó unas cuatro veces, hasta que por fin se dio cuenta.
—¿Lo entiendes ahora? —le dijo, y en su voz se notaba cierta empatía—. Tú, ya no estás aquí.

***

Ella misma estaba tendida sobre un petate, yacía boca arriba, con la parte del tórax aplastada. Su padre, desconsolado, no quería que se llevaran su cuerpo hinchado y mortecino.
—Has tardado en volver y tu cuerpo ya comenzó a descomponerse —susurró la anciana.
—¿Pero cuánto tiempo me tomó salir de aquel lugar? —preguntó desconcertada.
—Eso ya no importa —le dijo—, los demás seguirán rondando sin percatarse de nada hasta que… —sonrió de lado, su grotesco espíritu hambriento estaba de vuelta— sean encerrados en los círculos o los atrape mi bestia, lo que ocurra primero.

Los manzanos de esa región siempre dieron los mejores frutos, y es que el abono empleado para nutrirlos era el de la mejor calidad. 






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