—— Camino de Obsidiana ——
«Los manzanos de esa región siempre dieron los
mejores frutos, y es que el abono empleado para nutrirlos era el de la mejor
calidad».
Los pobladores de Mascota le avisaron a la
vieja Murhan, sobre el incidente con los recientes visitantes. Un círculo roto
significaba el caos, porque se distribuiría como los reflejos de un espejo cuarteado
si no hacía algo para apaciguarlos.
Se puso en marcha, marcando su paso con el
bastón negro. Pensaba en lo que le había dicho al chico con el que se había topado
en el hospital. «Tú no morirás», rumió sus palabras con malicia y cierta
envidia.
Al llegar al sitio propuesto, hizo un
movimiento de desaprobación con la cabeza.
—Lo arreglaré —les dijo a los ecos de las
sombras—. Aguarden un poco y lloverá.
***
Al bajar por la loma, la camioneta había derrapado
sobre el terreno mojado. Iba muy cargada y al ser inestable, le resultó más fácil
ladearse. Rodó hasta caer al río, donde el día anterior se habían bañado.
Diego
fue quien les acarreó la desgracia a sus compañeros, por contar un secreto que alguien
más ya sabía y aparte no le pertenecía: «Uno de nuestros profesores, está saliendo
con su alumna».
Él fue el único sobreviviente, y el precio de
serlo, nunca lo dejaría en paz.
Por intentar chantajearlo con una foto donde
aparecía con su alumna predilecta, en un momento inoportuno; fue Diego, quien había
propiciado el accidente.
Entre vuelta y vuelta, él había rodado entre la
maleza y los vio caer al río, sin poder remediarlo. El profesor logró salir, y
al ver semejante espectáculo, los abandonó a su suerte.
Cuando el polvo se hubo asentado, el líder
del grupo se aproximó a la orilla y los ayudó a salir; uno por uno. Pero sus amigos
ya no estaban ahí.
***
El equipo D tardaba mucho en alcanzarlos; mandaron
a dos profesores a ver el motivo de su tardanza. En el trayecto se toparon con Diego,
quien llevaba a rastras al desfallecido profesor.
Mientras les relataba lo ocurrido, la vieja Murhan
liberó a su bestial forma espiritual. Manteniendo su cuerpo físico en el sitio,
aquella intangible parte de ella vagó, buscando a los agentes perturbadores.
***
Era un sonido seco y persistente lo que los
seguía sin descanso. Llegaba desde las cercanías, mas no se veía por ningún
lado quién o qué lo emitía. Carmen, Maira y Karim comenzaron a ponerse
nerviosos; el miedo es un poderoso mecanismo de defensa, ante lo inminente y
desafortunado.
***
Debía de exterminar al agente externo,
causante del desbalance natural de aquellos círculos místicos. Y así, la bestia
de ojos catarosos los cazó uno por uno, aprisionándolos en limitados espacios
redondeados, en donde, las barreras inmersas les drenaban sus almas hasta
deshumanizarlos.
***
Diego lo había comprendido, había regresado
por sus compañeros. Se dispuso a vagar entre los manzanos de las vías
secundarias, buscándolos. Guiado por los gritos histéricos del profesor, quien ahuyentaba
a las manos invisibles que lo sujetaban, logró dar con ellos.
El eco
de las voces conocidas, le hizo perder la poca cordura que lo mantenía a flote.
El profesor Mario corrió por el trayecto principal, y en cuanto hubo puesto un
pie fuera de este, dejó de escucharlos y de sentirlos.
***
—Déjalo estar, pequeña —dijo la anciana,
apoyada en su bastón—. ¡No te involucres más con los vivos!
—¿De qué está hablando, señora? —respondió Carmen,
tratando de entender que era imposible que la anciana le hubiera dado ese
poderoso tirón.
Aun así, retiró de un manotazo el peculiar bastón,
que le golpeó con suavidad la pierna y ahora ondeaba amenazante frente a su cara.
—Así que te rehúsas a creerlo —le dijo—. Entonces,
déjame ayudarte a pararte —y le tendió la lánguida mano.
Tratando de comprender los desvaríos de la
viejecilla, con recelo aceptó su ayuda para reincorporarse. Acto seguido, al
darle la mano, la mano joven atravesó la suya como si fuera el aire y se cayó
de nuevo. Más piedras traquetearon en el suelo. Lo intentó unas cuatro veces,
hasta que por fin se dio cuenta.
—¿Lo entiendes ahora? —le dijo, y en su voz
se notaba cierta empatía—. Tú, ya no estás aquí.
***
Ella misma estaba tendida sobre un petate, yacía
boca arriba, con la parte del tórax aplastada. Su padre, desconsolado, no quería
que se llevaran su cuerpo hinchado y mortecino.
—Has tardado en volver y tu cuerpo ya comenzó
a descomponerse —susurró la anciana.
—¿Pero cuánto tiempo me tomó salir de aquel
lugar? —preguntó desconcertada.
—Eso ya no importa —le dijo—, los demás seguirán
rondando sin percatarse de nada hasta que… —sonrió de lado, su grotesco espíritu
hambriento estaba de vuelta— sean encerrados en los círculos o los atrape mi
bestia, lo que ocurra primero.
Los manzanos de esa región siempre dieron los
mejores frutos, y es que el abono empleado para nutrirlos era el de la mejor
calidad.
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