«Al final del día, son cinco minutos los que me retienen aquí».
Al sonar la alarma, desearía no haberme desvelado la
noche anterior. Abro la llave del agua caliente y me baño de mala gana. Luego, me doy cuenta; llevo bastante tiempo
mirando un zapato. Por haber terminado todo mi desayuno, he perdido el
transporte; de nuevo llegaré tarde al colegio.
He estado esperando afuera a que termine la primera
clase. Otro retardo y me amonestarán. Acabo de llegar y ya quiero irme. Las clases
se suceden unas con otras; las horas transcurren lentamente, como si no
tuvieran prisa. Al final del día, son cinco minutos los que
me retienen aquí. Me concentro en las manecillas del reloj, situado justo
arriba del pizarrón. Hago girar las manecillas con la mente, ¡funciona!, ya
faltan cuatro minutos.
Cuando el timbre suena, yo ya estoy lejos de la
escuela. Me encamino sobre el piso mojado; he olvidado el paraguas en casa. De
cualquier forma, llegaría pronto a la cafetería, ubicada justo del otro lado de
la calle. Si tan sólo hubiera tomado unos segundos para
fijarme al momento de cruzar… Ahora, no estuviera rogando por vivir, aunque sea
cinco minutos más.
FIN
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