«De las sepulturas, una silueta titilante emergió».
Mujer de sombras, a ratos
inmóvil como árbol y a veces fluyes como los vientos. Estatua de la memoria,
fría como roca y lejos de pertenecer a los de carne y hueso. Tu abrazo envuelve
tanto a los más opulentos como a los desgraciados.
Yace
donde no hay soles ni lunas, habita en la profundidad de los lamentos. Pero
cada cierto tiempo, los cometas atraviesan tus cielos, arrojando a su paso brillantes
estelas.
Cerca
de la zona oeste del único río, un pedazo de estrella cayó del cielo. Descendió
precipitada, desprendiendo largas lágrimas azules y monstruosas llamaradas rojas,
como las que los dragones exhalan. Al tocar el suelo mohoso, se hundió en una
de las profundas grietas, donde las tumbas de los caídos yacían corruptas bajo
la superficie.
El fragmento de lucero atravesó los
monolitos de piedra. Interrumpió con violencia el interior del derruido
mausoleo; atravesó la tapa de roca que cubría una de las tumbas. De allí
salieron huyendo espíritus torturados, desesperados en busca de un lugar adonde
esconderse del terrible resplandor.
De las sepulturas, una silueta
titilante emergió. De piel oscura, su largo cabello trenzado se tornó tan rojo
como las llamas. Mibai, la ninfa oscura; a partir de esa noche moró sobre la superficie
terrenal.
***
Al levantarse desde las putrefactas
sombras, la que una vez fue enterrada con un hermoso vestido, decorado con
bordados de plata, estaba corrompida por el mal que habitaba en las elevaciones
de las tierras rocosas.
Asechaba a los viajeros desprevenidos, como el
canto del agua que fluye por las colinas y desaparece en las grietas de su
corteza. Su maldad los hacía corromperse al estar en contacto con ella, saltando
entre las colinas, propiciaba el miedo alimentándose de él. Debido a su
naturaleza extraña, sentada en la gran piedra con forma de rana, con su
silencioso llanto dialogaba con los muertos.
***
Del
cielo se desplomó otro pedazo de estrella, pero esta vez se hundió en las aguas
poco profundas del río. La corriente lo arrastró hasta que ella reparó en su familiar
fulgor. Levitando sobre la orilla lodosa, lo tomó.
Su
naturaleza la incitó a mirar de cerca aquella sustancia celestial. Poco bastó para
tomarle afecto. Dentro de su cristalina coraza, podía ver el universo.
Conjuntos
de sombras se unieron a su alrededor. Pero ella les negó aquella dicha. Siseos
en forma de protesta la rodearon. Como última alternativa, escondió en su
interior tal objeto.
Lo
tragó y con ello, por primera vez en ese mundo, el cielo fue bondadoso. La
oscura silueta adquirió ojos fulgurantes, del color azul zafiro. Al mismo
tiempo, los dioses le habían concedido ser el testigo de la última charla que cada
humano tendría antes de partir y morir.
FIN
Holaaa
ResponderBorrar¡Bonito fragmento!
Me ha gustado mucho leerlo
Un besito ♡
Muchas gracias por tomarte el tiempo de leerlo @Naya_gm.
Borrar¡Te mando un abrazo!