22 junio 2018

La pata colgante


«Escondido detrás de las cortinas, su volumen lo delataba; en lo alto de un mueble, su sombra lo traicionaba; o debajo de la cama, su suave pata siemre asomaba».

Iba de camino al trabajo. Hacía mucho tiempo, (quizás demasiado) que no me tomaba un momento para admirar el cielo. Había olvidado su inmensidad y esa tonalidad en específico de color azul; la cual solo es posible verla cuando hay un excelente clima y parándose muy temprano.

Ya he olvidado cuándo fue la última vez, que salté sobre las hojas secas de los árboles, apiladas en montoncitos. Mi rutina se convirtió en la forma de vida de cualquier empleado. Veía a la gente pasar, intercambiando dos o tres palabras a lo mucho. Yo siempre de prisa, de mal humor por los problemas de la oficina nublándome la cabeza a primera hora.

Vi a mi vecina paseando a su perro. Siempre quise tener una mascota, pero sabía que no tendría suficiente tiempo para hacerme cargo de ella. Suspiré. De pronto, cerca de mi cabeza percibí un ligero ronroneo.

En lo alto de una barda de ladrillos, donde si me ponía sobre la punta de los pies, apenas alcanzaba a ver una pequeña silueta acurrucada; sobresalía la pata de un gato.

El minino se quedó en las sombras, salvo por la extremidad delantera derecha, que sin importunarse por mi presencia, dejó reposar con tranquilidad en el vacío.

Como fiel amante de las pequeñas especies, me acerqué con cuidado. Con la intención de tocarlo a propósito, le rocé la pata. El gato me dejó acariciarla por un instante, luego la escondió por completo, desapareciendo de mi vista.

Ante ese minúsculo placer, di por satisfecha mi curiosidad y me puse de nuevo en marcha. Ya iba tarde.

***

Llegué a la casa cansado. Como de costumbre me descalcé, aventé el pesado portafolio y prendí el televisor, dejándome caer en el amplio sofá.

De pronto, alcancé a ver que de los cojines del sofá, se asomaba: ¡una pata gatuna! Miré por la ventana, la había dejado abierta. De seguro, al gato le fue fácil seguirme y entrar. «Animal astuto», pensé.

Con la corbata a modo de listón, me aproximé hasta el felino, quien se empeñaba en buscar qué atrapar con sus garras.

Aún seguía sorprendido por haberlo encontrado en el interior de la casa. Me pareció extraordinario que me hubiera seguido, en el fondo lo había deseado.

Jugué con él un rato. Luego, fui apartando los cojines de uno por uno para sacarlo de su escondite y poder cargarlo; sobre todo quería conocerlo.

Al momento de desmoronar su escondite, y sin previo aviso, se había esfumado. Se me había olvidado cerrar la ventana. «Bueno, volverá si la dejo así» pensé en voz alta. Coloqué cerca sobras de comida y agua en un bote, por si regresaba.

***

Y lo hizo. Jamás había conocido a semejante gato. Era tan tímido que durante varios días, a pesar de sus discretos maullidos y ronroneos, solo me dejaba ver su ya conocida y peluda extremidad; la cual se curveaba al perseguir tapas, plumas y lazos.

Escondido detrás de las cortinas, su volumen lo delataba; en lo alto de un mueble, su sombra lo traicionaba; o debajo de la cama, su suave pata siempre asomaba.

Debía de tener varias casas, porque nunca se comía lo que le dejaba, y muy de vez en cuando, me venía a visitar. Pero no podíamos seguir así por mucho más tiempo; alguna vez tenía que ver su rostro, acariciarlo en su totalidad.

Cierta tarde, estábamos jugando sobre la cama. Al notar cómo su pata sobresalía detrás de mi almohada, aproveché la oportunidad para agarrarla con todas mis fuerzas.

Aunque el animal trató de resistirse, retiré la almohada con rapidez… lo que sostenía mi mano era, tan solo una pata de gato cercenada, y nada más.



FIN


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