31 agosto 2018

El festín del ocaso

«—Estamos aquí para celebrar nuestras travesuras, y debemos de recordar que aunque el destino nos ha jugado malas pasadas… —fijó la vista hacia la parte inferior del árbol—. ¡No todo ha sido tan terrible!». 

Al caer el sol sobre el horizonte, las alargadas sombras perseguían la luz agonizante. El viento alzaba los largos pétalos, desperdigándolos con sosiego. Las corrientes frías transportaban el aroma de las cálidas flores, agrupadas en cabezuelas solitarias, sobre tallos largos y lisos.
Entre la resolana, se encontraba un único árbol con espinas, cargado de frutos. Un olor cítrico y perfumado se diluía en el ambiente. Las mandarinas se apelotonaban en las puntas y, cediendo al peso, rodaban presurosas colina abajo.
Los fuegos fatuos guiaban a los invitados hasta la punta de la colina, donde debajo del árbol, había un amplio mantel decorado a cuadros y rayas.
Y es que, la reunión anual de espantos estaba por comenzar.


***

Ya sea surcando los cielos o trepando los maltrechos peldaños, se hacían paso entre el campo de flores por un camino señalado con piedras de río.
La procesión infernal hacía su aparición. Este año estaba conformada por: dedos cadavéricos reptantes, enormes peces de formas grotescas, diminutos gatos alados con tres colas, brujas de lodo, grandes demonios de lenguas largas y pies con una sola garra. Sombras surgidas desde las profundidades, y seres quiméricos se habían reunido una vez más.
Dando risotadas, se saludaban y golpeaban. No importaba su aspecto, procedencia o estatus porque todos los seres repulsivos y entes fantasmagóricos, estaban invitados al festín.
Asistían con agrado, dejando de lado sus deberes demoniacos. Se disponían a disfrutar del banquete, celebrado por el espíritu vengativo, de una chica asesinada bajo el mandarino. Sus huesos se habían fundido con las raíces, quedando su cuerpo putrefacto atrapado bajo el árbol. Sólo su alma podía vagar en las cercanías del lugar.

***

El ingrediente principal de todos los platillos consistía en apetitosas mandarinas. Además, contaban con zanahorias y calabazas traídas desde el campo del espantapájaros embrujado.
—¡Henos aquí, reunidos una vez más! —saludaba, alzando un cuenco de cristal con deliciosa miel en su interior. Su chal era una serpiente alrededor de sus hombros, le daba cierto aire de elegancia.
—¡Salud! —brindaron por el encuentro, escuchándose sonoros chirridos, pitidos, berridos, gritos y aullidos.
Sentados, conversaban mientras el sol desprendía su último rayo sobre la colina. El sonido de la hierba al agitarse indicaba la llegada de los aperitivos. Las hormigas, cucarachas, gusanos, escarabajos, moscas, arañas, ciempiés y babosas también eran parte del menú.
—¡Pensé que el verano no llegaría a su fin! —mencionó uno de los gatos, mientras se relamía los bigotes.
—Con este calor, estuve a punto de reducirme en arcilla —se quejó la bruja de lodo.
Ante su acertado comentario, su compañero le dio suaves palmadas en su lodosa espalda.
—Debemos de quedarnos en las zonas menos habitadas—se le escuchó decir a un racimo de ojos, desde el otro lado.
—¡Tienen razón! —recalcó un ogro cíclope—, los espantos más débiles no deben de acercarse a las zonas pobladas, porque es demasiado riesgoso.
—¡Es peligroso incluso para los grandes! —intervino una gran y siniestra sombra.
—¡Y luego están esos vándalos humanos! —bramó alguien, mientras picoteaba una colorida calabaza.
Varios gruñidos a modo de afirmación, seguidos de firmes asentimientos de cabeza mostraron estar de acuerdo.
—Tienes suerte de que solo la escasez de agua te preocupe —dijo una arpía, retomando el inconveniente existencial de la bruja de lodo—. Yo por el contrario, tengo un problema mayor—confesó.
—¡Cuéntanos! —exclamaron.
—Bueno… es que…—comenzó a decir—, los niños entran a mi templo sólo para destruirlo. Viéndolo tan abandonado, ¡ni así lo perdonan!
—¡Condenados chiquillos! —boqueó uno de los peces salpicando agua al hacerlo.
—Es una lástima. En la actualidad, no les inculcan el respeto, que viene acompañado del miedo—respondió resoplando un demonio—. Seguido escucho historias similares y me causa mucho pesar.
—¿Acaso no te temen? —inquirió uno de los frágiles dedos cadavéricos, apuntando a la quimera.
—¡No, no me temen! —respondió abatida.
—¡Oh! —exclamaron sus allegados.
—¡Eso no puede ser! —contestaron otros al unísono.
—¡Es imposible! —musitaron las arremolinadas sombras desde su lugar—. ¡Algo debes de estar haciendo mal!
—He intentado todo —rectificó, hundiendo las garras en la hierba —. Desde rugir entre las sombras hasta hacerles frente. Y como no ha funcionado… mejor me escondo sobre las vigas del templo.
Exclamaciones de asombro, negación e incredulidad burbujeaban en el aire.
—No te culpo—contestó un demonio—. Esos chiquillos, ya no le temen a nada—intervino, pestañeando varias veces—. Es mejor apartarse de las grandes urbes y recluirse, ¡así se vive en paz! —convino.
—¡Tiene razón! —dijo un esperpento, cazando con su trompa los resplandecientes pétalos antes de que cayeran dentro de su bebida—. Por eso no he dejado el campo—contestó, rascándose el codo—. Ahí, hasta la soledad asusta.
—Yo no trabajo tanto como ustedes en la ciudad—dijo el espantapájaros, mirando a los oyentes más jóvenes.
—Sin mencionar todas esas luces encendidas la mayor parte del tiempo, los crímenes en aumento y los vándalos —convino el gato de tres colas.
—¡A mí una vez me quisieron asaltar! —contó otro, con sus fauces abiertas—. Horrorizado, me escapé atravesando la pared.
—¡Qué barbaridad, ya no hay respeto por los viejos sustos! —se quejaba una vieja armadura samurái.
—¡Calma amigos! —clamó la chica muerta, depositando la serpiente en sus brazos. —Estamos aquí para celebrar nuestras travesuras, y debemos de recordar que aunque el destino nos ha jugado malas pasadas… —fijó la vista hacia la parte inferior del árbol—. ¡No todo ha sido tan terrible!
—Es verdad, querida—dijo el búho misterioso, tomando la palabra y aleteó, alejando esos malos pensamientos—. Con tanta desventura, nos hemos estado deprimiendo los unos a los otros.
—¡Pues bien!, empezaré rememorando esa mañana calurosa—dijo la chica—, cuando los alrededores de la colina no estaban habitados y las hojas del mandarino dominaban sobre los frutos.

***

—Estaba muy aburrida aquí arriba, hasta que una pareja decidió refugiarse bajo el árbol—pronunció, tocando el fuerte tronco con sus finos dedos—. Planeaba aparecer colgada de entre las ramas y sacarles un buen grito. Pero, no me prestaron ni la más mínima atención.
Los entes malvados no querían perderse ningún detalle de la historia, se acomodaron todos muy juntos.
—Nina, mi hermosa serpiente; al ver tal falta de respeto hacia mi parte, no lo pensó dos veces. Se escurrió desde mis hombros hacia una rama cercana a sus cabezas…
El suspenso era tanto, que incluso uno de los fuegos fatuos se acercó demasiado a los presentes. Le dio un quemón a las ropas del basilisco. Éste siseó y sin darle mucha importancia, no quiso apartar la vista de su anfitriona, cuya voz hipnotizaba a todos.
El fuego fatuo sintiéndose culpable, encogió su flama cambiando los haces de luces proyectadas por sus camaradas, dando la apariencia de una atmosfera más tétrica.
 —Entonces, se entrelazó con los largos cabellos de la joven. No sé por cuánto tiempo, el chico estuvo acariciando a mi Nina—las centenares de risas inundaron el cielo, provocando atragantamientos.
—Todo acabó de pronto, cuando su lengua bífida y fría quiso corresponder a su caricia —terminó de contar, abrazando a su serpiente.
—Es que tienes cautivadores ojillos—le piropeó un duende salido del infierno.
Ante ese comentario, muchos se sostuvieron las barrigas de tanto reír, las lágrimas se les escurrían. Nina se sonrojó y se escondió en el tronco; no salió hasta el otro día.
—¡Una vez me quedé esperando en el ropero todo apretujado! —tomó la palabra un demonio pigmeo, animado por culpa de la bebida—. Con la esperanza de que el chiquillo dejara «esa cajita mágica», la cual emite sonidos y luz—explicó, moviendo las manos simulando la forma—. Esperé tanto tiempo a que la dejara para dormirse… ¡que me quedé roncando hasta la mañana siguiente!
Incontables burlas se sumaron a las risas de los demás adefesios. Miles de dientes refulgían entre las sombras, inclusive las almas en pena rieron y golpearon el suelo, incapaces de serenarse.
No en vano, del suelo surgió alguien; un perrito de la pradera. Sus paladas de tierra le cayeron al fuego fatuo más cercano, quien tembloroso se prendió con más ahínco. Esto hizo que los reunidos dirigieran la vista hacia el recién llegado.
El perrito se incorporó, transformándose en hombre mitad bestia. Traía amarrados en la cintura, un saco de nísperos y mangos recién cortados.
—Siento el retraso, amigos míos—se disculpó, ofreciéndo a la concurrencia sus mejores manjares cultivados.
—¡Llegas a tiempo para la bebida! —lo reconfortaron, al notar que miraba los pasteles rellenos de calabazas cantarinas, los cuales detestaba.
—¿E… es que… no hay algo más fuerte de beber? —preguntó con discreción a sus allegados.
—No, solo esto—le contestaron en voz baja—. Verás, ¿no recuerdas la vez pasada? Uno de los ogros estaba tan borrachín que se cayó de la colina…—el hombre mitad bestia se encogió de hombros—. Por eso decidimos tomar ciertas precauciones.
—Por suerte cayó sobre los arbustos—comentó una diablilla de sonrisa vacilante.
—Suerte para él y mala suerte para mí—rezongó, reduciéndose de nuevo a su tamaño normal de perrito.

***

 Frente a ellos, el atardecer se despedía perezoso, cubriendo el cielo estrellado. Desde ese extremo se podía observar las millones de estrellas tintineantes, tan cercanas que si quisieran, al estirar un poco la mano (o las garras), lograrían bajar algunas de ellas.
Entre más oscuro se tornaba el mundo, el mandarino con ramas enroscadas en espiral; era lo único alumbrado por la luna.  
La chica invitó a los espantos a observar la luna ambarina. Con los sapos croando en competencia contra los grillos, todo el mundo la contempló en silencio. Se veía hermosa, como todas las lunas de octubre. Los botones rezagados se abrieron en aquel momento, perfumando la colina.
Después, hicieron un círculo con los pétalos, y dieron inicio al concurso anual. Donde verían quién podía pelar de corridito la mayor cantidad de mandarinas. Realizaron competencias de carretillas ambulantes e hicieron las mejores representaciones teatrales con finales poco conocidos.
La noche fue vieja. Bailaron alrededor del mandarino. Algunos se quedaron sobre el amplio mantel. Entre bocado y bocado rieron, lloraron, gritaron y se pelearon. Por allá, otros más cantaban antiguas rimas. Muy pasada la noche, sus pláticas y consejos terminaron en murmullos. Los fuegos fatuos fueron disminuyendo sus llamas hasta quedar casi extintos.

***

La sombras se despidieron con antelación, estaban ya muy lejos cuando salió el primer rayo de sol. La serpiente continuó enroscada dentro del tronco, lanzaba quedos suspiros soñando con su amor no correspondido.
Los espantos recostados unos encima de otros, amontonados y sin orden, invitaban a pensar que había surgido una fatídica batalla. La mayoría reaccionó al sentir las insistentes luces matutinas sobre el rostro.
Se reincorporaron, derramando sus bebidas inacabadas sobre el gran mantel, sacudiéndose las moronitas de los alimentos y agradeciendo la velada, cada uno retomó su camino.
Convencidos de haber asistido a la mejor fiesta y de haber disfrutado de la mejor compañía posible, no se apresuraron a volver a sus acostumbradas situaciones. Pero sí recordarían hasta el próximo año, aquellas anécdotas que les hicieron soñar, reflexionar y aprender.
Si bien sobrevivir era un reto. Adquirían experiencia, afrontaban con ingenio situaciones inesperadas, y se libraban de la rutina, teniendo algo más que contar en el próximo festín del ocaso.
—¡Un día más para atemorizar! —rieron, contemplando el amanecer.
A diferencia de las historias populares, los fantasmas, espíritus, monstruos y apariciones también salían de día, solo que muy pocos humanos podían darse cuenta de su presencia.
—¡Un día menos para vivir! —sentenciaron los más viejos con nostalgia.
A pesar de aquellos pensamientos, más les valía ponerse en marcha. En eso, se desquebrajó la colina y el perrito de la pradera se alejó acompañado de otros, quienes internalizándose en las entrañas de la tierra, desaparecieron. Los bordes se juntaron como si nunca se hubiera hecho aquel agujero en el suelo.
Los peces se fueron flotando y desaparecieron con la bruma matinal. Los que quedaban bajaron peldaño por peldaño zigzagueando, cuidando de no pisar a los más pequeños. A su vez, los diminutos montaron en sapos y partieron perdiéndose entre las lejanas montañas.
        Las flores volvieron a cerrarse. Y es que hasta el próximo año volverían a brotar, y serían incluso más bellas.


FIN

2 comentarios:

  1. Holaaa
    Yo también formo parte de la iniciativa SEAMOS SEGUIDORES y ya te sigo con mi cuenta de Google+ (Nayade García)
    Te dejo por aquí mi blog para que puedas pasarte: http://elmundodenaya.blogspot.com/
    Un besito! Nos leemos!

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    1. Gracias Naya_gm. Soy tu Seguidora nùmero 705!!!
      Nos leemos.

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